«En un principio, cuando era un chaval, mi primera cámara fueron unas tijeras que todo lo cortaban: revistas, folletos turísticos y hasta algún libro. Denudaban las páginas, las vaciaban de imágenes.
Mi primer archivo fotográfico, una caja de cartón, con recortes de imágenes de cuadros, cinco postales, cientos de sellos y tres diapositivas de ya no recuerdo qué museo.
Y luego ya la luz, que se fue imponiendo, y las tijeras se transformaron en una cámara Werlisa. La Werlisa, casi tan simple como unas tijeras. Con el tiempo paseos, expediciones, viajes con aquella cámara y luego otras. Dispuesto a recortar un árbol, un puente, una avispa, un cielo.
Todo como una especie de autismo. Fuera el mundo, el paisaje, las personas. La cámara, yo dentro.
El clic de la cámara (el disparo de la máquina, la rapidez del obturador, la apertura). Lo efímero del tiempo.
Algunos de los paisajes que aparecen en esta web ya no están, han desaparecido. Las cosas se diluyen, los paisajes cambian, se transforman, ¡sin tregua!
La luz se mueve, recorre los ladrillos, las superficies, colorea las pieles, rozando el asfalto, trazando los cuerpos. Creando proyecciones, en una película imaginaria, como una sombra en un muro, pasando frente a un escaparate o creando un inverosímil 3D sobre un charco recién formado.
La fotografía dicen que es una forma de atrapar el tiempo, ¡pero no es cierto!es algo efímero. El negativo, el papel fotográfico, lo digital -¡qué no os engañen!- también desaparece.
Las fotos se diluyen, se desdibujan; como un muro, se deshacen. Solo el rayo de luz y su sombra siguen su curso, su propio recorrido, creando, formando o simplemente barriendo el suelo».
Pablo Miguel Nieto